CORTAR LA CINTA, CRUZAR LA META.
“Maratón: Carrera de resistencia en la que se recorren 42 kilómetros y 195 metros que, sin entrar
a valorar las múltiples variantes históricas que existen, tiene su origen en la
leyenda de Filípides, el heroico
soldado-atleta griego, que tras recorrer la distancia que separaba la llanura
de Maratón de la Ciudad de Atenas murió.
Símbolo de la entrega deportiva y la lucha contra uno mismo (agonística
lo llamaban los griegos), fue en 1896 cuando por primera vez, el Maratón, formó
parte del programa de atletismo de los JJOO (Atenas) y en el año 1908 cuando se
estableció la distancia definitiva de 42.195 metros, aunque no fue hasta los
JJOO de los Ángeles (1984) que se incorporó como modalidad olímpica la categoría
femenina.”
¿Por qué corres?, ¿Por qué un Maratón? Si no te gusta correr, soy
incapaz de explicártelo y si te gusta correr y corres, ya lo sabes. Recuerdo
que empecé en el mundo de las carreras yendo con pancartas que hacía en casa
para animar a Dani y ahora, cruzo el arco de Meta tras él que espera y anima a
mi llegada.
Tomé la decisión de correr un
Maratón a principios de año, concretamente en el mes de febrero. Sé que cuando
lo dije, algunos pensaron que me había
venido arriba y otros directamente me veían incapaz. Desde ese momento, orientamos mis entrenamientos hacia el objetivo de llegar al 18 de octubre
siendo capaz de completar la prueba, pero sin obsesionarnos demasiado, pues
había muchas carreras que disputar hasta entonces (El Valle, Aledo, Dragon Challenge, Peña Rubia
y hasta mi primer Triatlón Súper Sprint).
No estuve especialmente nerviosa
ni pensando en ello hasta que la carrera estaba prácticamente encima. Durante
la semana previa y por mi tendencia a infravalorarme, aparecieron las
inseguridades y el miedo ante la posibilidad de “no terminar”. Sólo quería que llegase
“el día” y correr.
18 de octubre de 2015, 06:30 am.
Sin dejar nada a la improvisación,
lo preparé todo al detalle; ropa, calcetines, zapatillas…sabía que, si ya
mentalmente no estaba al 100%, cualquier roce o ampolla no previsto me
“sacaría” de la carrera. Tampoco me la jugué con el desayuno y no desayune (un
café con leche y una galleta, lo de todas las mañanas hasta el almuerzo).
Antes de las 08.20 ya estábamos
en la zona de salida, salida que se retrasó más de 40 minutos. No quiero
repetirme sobre este asunto, sólo sumarme a lo que se ha venido diciendo estos
días; apoyo máximo hacia la organización
y fuerte descontento hacia los que trataron de sabotear la prueba (siempre son
los mismos).
Por fin, pistoletazo de salida y a correr. Del primer tramo de carrera poco
que decir, son kilómetros que controlo, que corro sin problema. Quizá si fui un
poco arrebatada los primeros 2 o 3 kilómetros. Usé el reloj de Dani (el mío
está en las últimas y no confiaba demasiado en que aguantase la batería hasta
el final) y no interpretaba muy bien los ritmos. El ritmo inmediato que marcaba
no se correspondía con el resumen de cada kilómetro, así que fui a “arreones”,
acelerando y desacelerando sin sentido hasta que conseguí clavarme alrededor de
5.50 min/km que era mi previsión.
No sabía si reír o llorar cuando,
aun en la primera vuelta, salimos del Infante para incorporarnos a Ronda Sur y
vi que nos tocaba subir y bajar (2 veces
por vuelta) la carretera que salva el paso sobre el Ferrocarril. La
“angustia” que sentí iba más enfocada a la segunda vuelta que a esta primera. Aquí
aun estaba fresca y no me supuso ningún esfuerzo subir y mucho menos bajar,
pero el kilómetro 32 se ubicaba justo en ese punto…A saber cómo llegábamos¡¡¡Quise
olvidarme del asunto, ya volvería a él después (no había más remedio), y
centrarme en el tramo siguiente (Gran Vía y Juan
Carlos I).
Jaíme y Blas
Benja (el de verde)
Dani
Pepe
Yo, aun con buena cara
Debió ser por los ánimos de la
gente o porque me apetecía más correr por la Gran Vía que por Atalayas, pero, sin pretenderlo, en esta parte de la
carrera conseguí mis kilómetros más rápidos (5.44 y 5.35 min/km). A continuación y antes de
encarar la subida de Juan Carlos I me crucé con Dani y Pepe (esta sería la
primera y única vez que nos cruzaríamos en el recorrido y pudimos alentarnos), también a esa misma altura oí a Anto
López darme ánimos entre el público. Gracias. Parece una tontería pero esos
segundos en los que te entretienes saludando o recibes ánimos, la mente se
evade temporalmente y tus piernas parece que corren solas.
Seguí subiendo la Avenida con
premura, pues sabía que en algún punto estaban
mis padres. Los localicé casi a la altura del JC1 y me puse a gritar y gesticular para que me viesen. Me vieron, me animaron y hasta me ofrecieron una camilla, “es el kilómetro 17, pensé” me quedaba
aun mucha carrera. La camilla después se la pediría.
Con los ánimos recogidos, inicié la segunda vuelta.
Tenía claro que empezaba la parte
complicada, tocaba volver a andar el camino por segunda vez y con la mitad de
fuerzas. Cuando en casa visualizaba la carrera, sabía que los kilómetros más complicados
serían del 20 al 30, así que para afrontarlos me centré en el ritmo y en buscar referencias a seguir, pensando; “en 10 minutos llegaré al río, en Media
hora Ronda Sur, y en una hora estaremos
otra vez en la Gran Vía encarando la parte final de la carrera”. Intentaba así
marcarme objetivos que motivasen mis pasos para seguir avanzando.
Superado el famoso kilómetro 32 (ese que se situaba en lo alto del paso sobre el ferrocarril), lo que venía era terreno desconocido
para mis piernas (mis entrenamientos nunca habían pasado de los 30 K), así que
lo compensé mentalmente; “quedan 10
kilómetros Laura, corre”.
Ya con bastantes menos fuerzas antes de subir la Gran Vía por última vez
Por más que me esfuerzo el ritmo
ya no es bueno, ha caído. Pero sigo. Me vengo arriba cuando al pasar por La
Glorieta veo a Dani y Pepe, ellos ya han llegado y yo quiero llegar ya y estar ahí
con ellos. Me esfuerzo en acelerar, sin mucho éxito, para llegar cuanto antes.
Un poco más arriba vuelvo a ver a mis padres que siguen animando y a estas alturas, cuanto se agradece…
El camino de ida y vuelta a Juan
Carlos I lo pasé visualizando mi llegada a Meta y así, entre visualizaciones,
evadida un poco de la realidad llegué al “Zig Zag” donde nos informaron de un
accidente que me sacó por completo de la carrera. Medio evadida y en “shock”
por lo que acababa de pasar andaba yo, cuando vi a Isidro. No corrió por lesión
y vino en bici. Su compañía y conversación me devolvieron a la realidad y me
ayudaron (mucho) durante los últimos metros. Gracias Isi¡¡¡¡¡. A mitad de la Gran Vía volví a ver a mis padres
(yo creo que igual de felices que yo al ver que terminaba), ¿Tanto aguante tienes? Oí. A lo que
Isidro se rió y contesto; “hace mucho
calor” y era verdad, tenía mucho calor y no había sido consciente hasta ese momento. Con la piel erizada y ganas de llorar (de alegría, de cansancio, de satisfacción,
de rabia…) vi el arco de
Meta, y justo antes de entrar, los gritos de ánimo de la familia
(Dani, Pepe, Isidro, Alberto y Cristina esperaban mi llegada).
18 de octubre de 2015, 13:23 pm.
No soy Filípides, mi carrera no
pasará a la historia. Pero puedo presumir de, aun con ritmo de tractor, haber hecho mía la gesta de un soldado griego. Etíope-Maratoniana (igual igual que Mare Dibaba).
GRACIAS
A Footer Trotter por las fotos y los ánimos. También al periódico La Opinión por compartir las suyas
A mis padres, cada vez que los
veía recuperaba fuerzas.
A Isidro, por el último empujón.
A Benja, por recordarme cada vez
que nos cruzábamos que “esto era todo mental”.
A la familia, por el recibimiento
a mi llegada.
A Dani, por todo.
Y ENHORABUENA
A todos los que completaron la
prueba y cumplieron con sus expectativas.
A Dani, Pepe y Jaime por sus mmp.
A la organización, por sacar
adelante una prueba trabada desde el principio. Nos vemos en 2016 mejorando
marca ¡
Con la mente puesta ya en nuevos
objetivos.
Nos leemos después del Yeti.
L.
A Fantasma.